miércoles, 20 de diciembre de 2017

No todos los finales son como en Love Actually.

Él, buscaba olvidarse del pasado. Ella no sabemos todavía de que, puede que de su mismo presente o tal vez incluso de nada. Él decidió saber más de ella, la primera vez no se dio cuenta de toda su brillantez porque ni él mismo se lo esperaba. Al tiempo, que es cuando mejor se daba cuenta de todo, decidió saber de ella sin tampoco muchas pretensiones. Nada más quedar con ella, por primera vez, pensó que tenía que causar buena impresión, como quien va a un examen por inercia. Fue conforme fueron pasando las horas (y los cócteles) cuando de repente lo vio claro, aquella no era una ocasión cualquiera, porque ella no era una chica cualquiera. Tuvo una sensación que hacía tanto tiempo que no vivía, que pensó que jamás la volvería a sentir, pero sin esperarlo estaba volviendo a sentirla. No podía parar de hablar pero tampoco de escucharla, embriagado por esa ilusión, por una curiosidad infinita de saber todo de ella y también de no querer dejarse de contarle cualquier detalle que hiciera conocerle un poco mejor. Ya no eran solo sus ojos lo que le magnetizaban a ella. Fueron pasando las horas, lo que empezó siendo un Brunch a las dos del mediodía acabó casi a medianoche y aunque él se fue sin atreverse a besarla, no le importó, porque por fin, había vuelto a creer. 

Siguieron hablando, volvieron a verse, pasearon por el viejo Madrid de los Austrias, había luces de Navidad, un tiovivo frente al Palacio Real y unas ganas inmensas de parar el tiempo para quedarse ahí mismo a vivir eternamente o como cuando estuvieron en uno de los salones del Only You. Como un eterno y maldito Deja Vu, él no volvió a atreverse a besarla, su miedo a perderla por su falta de confianza volvía a pasarle una mala jugada. Pero no importaba, el momento era tan bueno que había excusa para volverse a ver al día siguiente. Efectivamente se volvieron a ver. El, todavía con sus dudas de cómo ejecutaría su valiente plan solo dejaba pasar el tiempo observándole, escuchándole e intentando hacerle reír porque era su mejor recompensa. Hubo un momento en el que, él, escuchó una canción de un artista que les gustaba a los dos, se lo dijo a ella sin recordar exactamente qué canción era, y ella, con toda la calma del mundo entre tanto bullicio por la gente del lugar dijo: ah si, ahora viene lo de "I would call you up every Sunday night...", fue ahí, en ese preciso instante cuando supo que no podía dejarle escapar. Cualquiera le tomaría por loco por ver extraordinario que se supiera una canción en inglés y él, pese a ser fan de ese cantante no. No amigo, no era una canción cualquiera, aquello era la señal más grande que había visto para saber que era única. Que todo aquello que decía que no existía y rendido ya a encontrarlo, estaba delante de sus narices.

 Después de eso no podía echarse atrás, no podía ocultarle lo que sentía por ella. Su miedo al fracaso y su falta de confianza ya no podían jugarle una mala pasada. Y pese a tener auténtico pánico, como quién se juega una temporada en el último penalti del minuto 120, decidió decírselo de palabra, entre balbuceos, palpitaciones y con un taxista en el asiento de delante. Ella sonrió, le acarició la cara y se despidió con el beso más tímido que nadie había recibido jamás. 






domingo, 12 de noviembre de 2017

Mi otoño se confiesa a medias

El Retiro, las hojas en el suelo, tomar algo en sitios con ruido porque ya no hay terrazas, hacerse el duro diciendo que no tienes frío, cerrarse un abrigo como James Dean en Broadway, el humo del café, el olor a chimenea, los zapatos de ante, los guantes de piel, las wayfarers en días nublados e incluso con sol, los auriculares soltando música durante cualquier trayecto, la exposición de Picasso (y sobretodo Lautrec) del Thyssen, la exposición permanente del Thyssen (y desear tener 3 días seguidos para no salir de ahí), el brunch de Carmencita Bar, los desayunos del sábado, los periódicos del domingo, entrar y salir de todos los bares de Ponzano,comer en la barra de Sylkar, cenar sentado en La Maquina, los miércoles de cocido, el pan de debajo de mi casa, comprar en el Mercado de Chamberi, cenar lo más cerca de Justicia entresemana, la copa de después en Barbara Ann, el salón del Only You, el Gin Fizz de Cock, los Pimm’s en la terraza de Cappuccino, los Old Fashioned en general, los Bloody Marys de Garbo/Ginger, -hablando de este último- poder volver a cenar con ella, ganarme su mirada, su sonrisa, su compañía, volver al Bernabeu, los martes/miercoles de Champions, el viento frío en la cara mientras corro de arriba a abajo Castellana, mi aprendizaje en Morales, mis entrenos, mis noches sin dormir, las nuevas temporadas de las series, mis amigos, imaginar la playa desierta y recordarla con nostalgia (it’s delicated, but potent), recordar que siempre que estuve en Nueva York fue en esta época y soñar con regresar en no mucho tiempo, mis indispensables de Twitter, algunas stories de Instagram, borrar emails, ir a Apple (y querer llevarme media tienda), conducir con la música alta para poder cantar, ir con prisa a la estación (y a todas partes), sonarle a los de seguridad de la estación, volver cansado a la estación, darle pena al del parking de la estación, comprar entradas para futuros conciertos, apuntarme a nuevos cursos, comprar libros que tardaré en leer, seguir tomando helados, escuchar algún día a Federico, sensibilizarme con Cuartango, añorar al Jabois de El Mundo frente al de El País, el diario de Pablo Mediavilla, los poemas de Luis Alberto de Cuenca, retomar a Houellebecq, volver a ver Casablanca, preguntarme qué fue de Rick después del aeródromo…

Esperar que llegue el invierno para seguir haciendo lo mismo.








domingo, 25 de junio de 2017

Cartas a un fantasma

A escasos metros del mar, hoy no puedo ver ponerse el sol porque está medio nublado. La brisa es más fuerte de lo habitual y parece que me trae recuerdos de ti; tu pelo en salitre, tus pestañas mojadas y el abrigo de tu piel. 
Me pregunto qué estarás haciendo ahora mismo, imagino que ser feliz aunque me duela que no sea yo el que está a tu lado. 

A lo lejos se intuye tormenta, su violencia es ridícula comparada con la de tu recuerdo y  mi duda de si aquello que más ansío es solo una ilusión que no existe.

La luz artificial va apoderándose de la natural, al igual que pasa con los restos de mi alma. Es el ciclo de la vida y de nuestras vidas, mañana tal vez se pueda ver la puesta de sol, pero ninguno de los dos estaremos aquí para verla.

Me doy cuenta de que solo necesitaba vomitar esto hacia el mar para que se lo llevase lejos. Vuelvo a ponerme los auriculares y a subir el volumen. No solo soy un tío duro, también único.

jueves, 18 de mayo de 2017

Amor verdadero un 14 de febrero

Ultimamente he abanderado una posición de escepticismo respecto al amor, tal vez porque no creía del todo en las personas. Y hoy, 14 de febrero, que llevo todo el día pensando mal de todos esos horteras que cenarán entre corazones de cartón (o peluche) y a los que me atrevía a pronosticarles su estrepitoso fracaso, me he topado con el amor de frente, con el amor de verdad. Siempre creí que su representación sería Adriana Lima caminando por Madrid o paseando por una playa con una tabla de surf, pero no. Era una pareja de ancianos que ha entrado a comer donde me encontraba. Él, bastante mayor, algo desorientado y no válido del todo por si mismo, era acompañado y cuidado bajo la mirada con mayor admiración que he visto en toda mi vida.
Jamás me he alegrado tanto de comer una ensalada